viernes, 15 de noviembre de 2013

Geo-política de Al- Ándalus Vol. II (ss. IX-X)

Al-Ándalus: emirato independiente  s.IX

Mientras continúa la lenta reconquista desde el Norte, el único miembro omeya que sobrevivió a la matanza de los Abbasíes, Abd al Rahman I, huyó a al-Ándalus y consiguió ser nombrado emir. Así procedería a romper con todos los lazos que unían al-Ándalus con el califato abbasí de Bagdad excepto en el plano religioso.
Abd al Rahman I inició la tarea de construcción de un estado independiente en alÁndalus, pero para ello necesitaba tres cosas:

        Un ejército.
              Unos ingresos económicos fuertes.
              Sofocar las posibles revueltas de sus enemigos.

Esos fueron los tres frentes de Abd al Rahman I, quien para consolidar el poder firme sobre al-Ándalus introdujo el sistema dinástico de sucesión. Logró traer la paz entre los distintos grupos musulmanes. Y sería con él con quien daría comienzo el emirato independiente desde el 756 al 929. Durante estos años configuró un estado centrlizado con una estructura administrativa más estable y una fuerza mercenaria compuesta por bereberes del Norte de África y esclavos comprados en el sur de Europa.

De entre los sucesores de Abd al Rahman I que siguieron su tarea de consolidación del estado, destacará sobre todo el cuarto gobernante del emirato independiente, Abd al Rahman II (822-852) que llevó a cabo una modernización de al-Ándalus incorporando elementos orientales, recaudando más impuestos, reforzando el Estado, ampliando el ejército y fundando nuevas ciudades como Úbeda, Murcia y Jaén.

 Sin embargo los emires de esta segunda mitad del siglo IX encontraron grandes problemas de disolución del emirato, al levantarse en distintos lugares de al-Ándalus algunos nobles musulmanes contra el poder centralizado del emir. Era el caso de la familia de los Banu Qasi en torno a Zaragoza, los Ibn Marwan en torno a Badajoz, y Omar ben Hafsun centrado en Bobastro (Málaga), y que estuvieron a punto de terminar con el emirato independiente.

Solo el poder fuerte del emir Abd al Rahman III consiguió poner fin a estas revueltas y reunir de nuevo en sus manos el territorio de al-Ándalus.


Al-Ándalus: El califato s.X


Abd al Rahman III empieza una nueva etapa en la historia de la Hispania musulmana, el «Califato de Córdoba» que abarca el período entre 929 y 1035.

La época del califato de Córdoba es el período de máximo esplendor político, económico, comercial y cultural de al-Ándalus; con un califa que decide separarse totalmente del resto del mundo musulmán.
Abd al Rahman III tras recobrar el control de al-Ándalus que había sido perdido con las sublevaciones de los Banu Qasi, Ibn Marwan y Omar ben Hafsun, reunió en su  persona el título de califa en 929, jefe espiritual y temporal de todos los musulmanes y protector de las comunidades no musulmanas bajo su jurisdicción.

Su autroploclamación como califa tenía una doble finalidad:
                 Mostrar su dominio sobre los territorios recuperados de al-Ándalus.
                  Demostrar su capacidad de independencia frente al nuevo califa surgido en el Norte de África al tiempo que se adelantaba al peligro de la competencia que éste podía suponer.

El Califato de Córdoba se convirtió en la primera economía comercial y urbana que floreció en Europa desde la desaparición del Imperio Romano. La capital y ciudad más importante del Califato, Córdoba, era la principal ciudad europea de esa época.

El Califato de Córdoba culmina el desarrollo de la civilización hispanomusulmana tanto en su organización política y la administración de sus recursos como en el florecimiento de una viva e intensa actividad cultural. El Califato nunca tuvo una estructura administrativa fija, pero modeló un estado centralizado donde una de las piezas más importantes sería la del «hachib» (primer ministro) y que dirigiría la política administrativa de las provincias y las campañas militares, además de otros asuntos encomendados al califa. Bajo su control directo se encontraban los «visires» cuyo número varió de forma constante con los años.

En el Califato se pueden distinguir claramente tres etapas diferenciadas.
Primero tuvo lugar el período de dominio efectivo de los califas Omeyas (Abd al
Rahman III y Al-Hakam II) entre el 929 y el 976, bajo los cuales el califato se convirtió en uno de los centros políticos, económicos y culturales más importantes del Occidente medieval.

En segundo lugar transcurrió el período Amirí (976-1009) en el que Hisham II (hijo de Al-Hakam II) sube al trono con menos de 10 años y el gobierno es asumido por su primer ministro, Muhammad ibn Abí Amir al-Mansur, más conocido como Almanzor (981-1002).

Sólo quedaba una persona en el camino de Almanzor, y esta era el general de los ejércitos «Yapar al-Mushafí». Tras lograr darle muerte Almanzor se hace con el poder de los ejércitos con el beneplácito del pequeño Hisham II. Desde entonces sus expediciones asentarán su poder por encima del califa (al que dominará) y harán temblar a los reinos cristianos. Nada menos que 52 campañas realizó Almanzor entre los años 978 y 1001.

Algunas de ellas recayeron también sobre el Norte de África.

Sin embargo, perdió la vista por las heridas sufridas en la batalla de Catalañazor, y finalmente murió en 1002 aunque se desconoce dónde (se cree que en Medinaceli). El problema vino al nombrar sucesor a su hijo Abd al-Malik al-Muzaffar, lo que generó una guerra interna entre los sucesores de Hisham II y los de Almanzor.

El tercer período se da a partir de 1010 cuando Hisham II recupera el trono y tres años después vuelve a perderlo, a partir de ese año el fin del Califato se precipita. En esta época se recurrió sistemáticamente a la «Yihad» (guerra santa) contra los reinos cristianos, obteniendo importantes pero inútiles victorias militares, y en la que el poder real se le había quitado al califa. Esta etapa de lenta destrucción del Califato se denomina «fitna» (fraccionamiento) y que duraría hasta 1031 cuando finalizaría el gobierno de Hisham III (iniciado 4 años antes) y que daría comienzo a la aparición de los Reinos de Taifas.

Cada taifa se identificó al principio con una familia, clan o dinastía. Sin embargo, la disgregación del califato en múltiples taifas, las cuales podían subdividirse o concentrarse con el paso del tiempo, hizo evidente que sólo un poder político centralizado y unificado podía resistir el avance de los reinos cristianos del norte.
Careciendo de las tropas necesarias, las taifas contrataban mercenarios para luchar contra sus vecinos o para oponerse a los reinos cristianos del norte. Incluso guerreros cristianos, como el propio Cid Campeador, sirvieron a reyes musulmanes, luchando incluso contra otros reyes cristianos. Sin embargo, esto no fue suficiente y los reinos cristianos aprovecharían la división musulmana y la debilidad de cada taifa individual para someterlas. Al principio el sometimiento era únicamente económico, forzando a las taifas a pagar un tributo anual, las «parias», a los monarcas cristianos.


Sin embargo, la conquista de Toledo en 1085 por parte de Alfonso VI de Castilla hizo palpable que la amenaza cristiana podía acabar con los reinos musulmanes de la península.

Ante tal amenaza, los reyes de las taifas pidieron ayuda al sultán almorávide del norte de África, Yusef ben Tashfín, el cual pasó el estrecho y no sólo derrotó al rey castellano en la «batalla de Zalaca» (1086), sino que conquistó progresivamente todas las taifas, dando lugar a los segundos y terceros Reinos de Taifas.

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