Al-Ándalus:
emirato independiente s.IX
Mientras continúa la lenta reconquista desde el Norte, el único
miembro omeya que sobrevivió a la matanza de los Abbasíes, Abd al Rahman I,
huyó a al-Ándalus y consiguió ser nombrado emir. Así procedería a romper con
todos los lazos que unían al-Ándalus con el califato abbasí de Bagdad excepto
en el plano religioso.
Abd al Rahman I inició la tarea de construcción de un estado
independiente en alÁndalus, pero para ello necesitaba tres cosas:
Un ejército.
Unos
ingresos económicos fuertes.
Sofocar las
posibles revueltas de sus enemigos.
Esos fueron los tres frentes de Abd al Rahman I, quien para
consolidar el poder firme sobre al-Ándalus introdujo el sistema dinástico de
sucesión. Logró traer la paz entre los distintos grupos musulmanes. Y sería con
él con quien daría comienzo el emirato independiente desde el 756 al 929.
Durante estos años configuró un estado centrlizado con una estructura
administrativa más estable y una fuerza mercenaria compuesta por bereberes del
Norte de África y esclavos comprados en el sur de Europa.
De entre los sucesores de Abd al Rahman I que siguieron su tarea
de consolidación del estado, destacará sobre todo el cuarto gobernante del
emirato independiente, Abd al Rahman II (822-852) que llevó a cabo una
modernización de al-Ándalus incorporando elementos orientales, recaudando más
impuestos, reforzando el Estado, ampliando el ejército y fundando nuevas
ciudades como Úbeda, Murcia y Jaén.
Sin embargo los emires de
esta segunda mitad del siglo IX encontraron grandes problemas de disolución del
emirato, al levantarse en distintos lugares de al-Ándalus algunos nobles
musulmanes contra el poder centralizado del emir. Era el caso de la familia de
los Banu Qasi en torno a Zaragoza, los Ibn Marwan en torno a Badajoz, y Omar
ben Hafsun centrado en Bobastro (Málaga), y que estuvieron a punto de terminar
con el emirato independiente.
Solo el poder fuerte del emir Abd al Rahman III consiguió poner
fin a estas revueltas y reunir de nuevo en sus manos el territorio de
al-Ándalus.
Al-Ándalus: El califato s.X
Abd al Rahman III empieza una nueva etapa en la historia de la
Hispania musulmana, el «Califato de Córdoba» que abarca el período entre 929 y
1035.
La época del califato de Córdoba es el período de máximo
esplendor político, económico, comercial y cultural de al-Ándalus; con un
califa que decide separarse totalmente del resto del mundo musulmán.
Abd al Rahman III tras recobrar el control de al-Ándalus que
había sido perdido con las sublevaciones de los Banu Qasi, Ibn Marwan y Omar
ben Hafsun, reunió en su persona el
título de califa en 929, jefe espiritual y temporal de todos los musulmanes y
protector de las comunidades no musulmanas bajo su jurisdicción.
Su
autroploclamación como califa tenía una doble finalidad:
Mostrar su dominio sobre los territorios recuperados de al-Ándalus.
Demostrar su capacidad de independencia frente al nuevo califa surgido
en el Norte de África al tiempo que se adelantaba al peligro de la competencia
que éste podía suponer.
El Califato de Córdoba se convirtió en la primera economía comercial
y urbana que floreció en Europa desde la desaparición del Imperio Romano. La
capital y ciudad más importante del Califato, Córdoba, era la principal ciudad
europea de esa época.
El Califato de Córdoba culmina el desarrollo de la civilización
hispanomusulmana tanto en su organización política y la administración de sus
recursos como en el florecimiento de una viva e intensa actividad cultural. El
Califato nunca tuvo una estructura administrativa fija, pero modeló un estado
centralizado donde una de las piezas más importantes sería la del «hachib»
(primer ministro) y que dirigiría la política administrativa de las provincias
y las campañas militares, además de otros asuntos encomendados al califa. Bajo
su control directo se encontraban los «visires» cuyo número varió de forma
constante con los años.
En el Califato se pueden distinguir claramente tres etapas
diferenciadas.
Primero tuvo lugar el período de dominio efectivo de los califas
Omeyas (Abd al
Rahman III y Al-Hakam II) entre el 929 y el 976, bajo los cuales
el califato se convirtió en uno de los centros políticos, económicos y
culturales más importantes del Occidente medieval.
En segundo lugar transcurrió el período Amirí (976-1009) en el
que Hisham II (hijo de Al-Hakam II) sube al trono con menos de 10 años y el
gobierno es asumido por su primer ministro, Muhammad ibn Abí Amir al-Mansur,
más conocido como Almanzor (981-1002).
Algunas de ellas recayeron también sobre el Norte de África.
Sin embargo, perdió la vista por las heridas sufridas en la
batalla de Catalañazor, y finalmente murió en 1002 aunque se desconoce dónde
(se cree que en Medinaceli). El problema vino al nombrar sucesor a su hijo Abd
al-Malik al-Muzaffar, lo que generó una guerra interna entre los sucesores de
Hisham II y los de Almanzor.
El tercer período se da a partir de 1010 cuando Hisham II
recupera el trono y tres años después vuelve a perderlo, a partir de ese año el
fin del Califato se precipita. En esta época se recurrió sistemáticamente a la
«Yihad» (guerra santa) contra los reinos cristianos, obteniendo importantes
pero inútiles victorias militares, y en la que el poder real se le había
quitado al califa. Esta etapa de lenta destrucción del Califato se denomina
«fitna» (fraccionamiento) y que duraría hasta 1031 cuando finalizaría el
gobierno de Hisham III (iniciado 4 años antes) y que daría comienzo a la
aparición de los Reinos de Taifas.
Cada taifa se identificó al principio con una familia, clan o
dinastía. Sin embargo, la disgregación del califato en múltiples taifas, las
cuales podían subdividirse o concentrarse con el paso del tiempo, hizo evidente
que sólo un poder político centralizado y unificado podía resistir el avance de
los reinos cristianos del norte.
Careciendo de las tropas necesarias, las taifas contrataban
mercenarios para luchar contra sus vecinos o para oponerse a los reinos
cristianos del norte. Incluso guerreros cristianos, como el propio Cid
Campeador, sirvieron a reyes musulmanes, luchando incluso contra otros reyes
cristianos. Sin embargo, esto no fue suficiente y los reinos cristianos
aprovecharían la división musulmana y la debilidad de cada taifa individual
para someterlas. Al principio el sometimiento era únicamente económico,
forzando a las taifas a pagar un tributo anual, las «parias», a los monarcas
cristianos.
Sin embargo, la conquista de Toledo en 1085 por parte de Alfonso
VI de Castilla hizo palpable que la amenaza cristiana podía acabar con los
reinos musulmanes de la península.
Ante tal amenaza, los reyes de las taifas pidieron ayuda al
sultán almorávide del norte de África, Yusef ben Tashfín, el cual pasó el
estrecho y no sólo derrotó al rey castellano en la «batalla de Zalaca» (1086),
sino que conquistó progresivamente todas las taifas, dando lugar a los segundos
y terceros Reinos de Taifas.
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